Como fruto del Sínodo que los
Obispos tuvieron del 7 al 28 de octubre de 2012, el Papa Francisco ha
presentado el 26 de noviembre de 2013, su Primera Exhortación Apostólica,
titulada “La Alegría del Evangelio”.
El tema que abordaron nuestros Obispos durante esta Asamblea giró en torno a la “Nueva Evangelización para la Transmisión de la fe cristiana”.
El Sumo Pontífice, dándole su toque personal, ha convertido esta temática en una invitación gozosa para todos los que, siendo cristianos, tenemos el compromiso de compartir la Palabra de Dios a todo el mundo.
Cinco capítulos la Integran:
1. La transformación misionera de la Iglesia.
2. En la crisis del compromiso comunitario.
3. El anuncio del Evangelio.
4. La dimensión social de la evangelización.
5. Evangelizadores con espíritu.
El día de hoy, honrando la Memoria de Nuestra Señora de Guadalupe, nos detendremos sólo en el segundo apartado del capítulo número cinco, titulado “María, la madre de la evangelización”.
Pentecostés
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que María estuvo presente cuando el Señor envió a su Espíritu Santo. Así se hizo posible aquella “explosión misionera”.
María es la Madre de la Iglesia evangelizadora, y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización.
Cuando la Guadalupana visitó nuestra Nación, hizo posible una nueva pedagogía evangelizadora. Su imagen bendita denota, de mil maneras, esta “síntesis cultural” entre dos razas totalmente distintas, aunque cada vez más emparentadas y complementarias. El ayate de San Juan Diego resultó tan emotivo y catequético, que nuestros primeros evangelizadores encontraron en él un “nuevo impulso del Espíritu”.
María estuvo presente en Pentecostés. Pues bien, María también se hizo presente en nuestra tierra, en este “despertar de fe”, en esta “explosión” comprometida con la misión.
El regalo de Jesús a su pueblo
Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino.
Cuando nuestra Señora de Guadalupe llegó a nuestra tierra, se identificó como la “Santísima Virgen María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive”. Como vemos, ella proclamó la Vida, y en medio de una cultura que pudiera catalogarse “violenta”, su mensaje sonó pacificador y vivificante.
Su Hijo estaba por morir, pero en aquella hora dramática, Él pudo constatar a sus pies la presencia consoladora de su Madre y del amigo. Así también entre nosotros, como Madre y compañera, nos trae un mensaje gozoso. Vino para quedarse, y para ofrecernos consuelo en medio de la cultura de muerte que constantemente nos acecha.
En toda circunstancia
María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas.
Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia.
Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.
A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica.
Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida.
Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: “No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?
Estrella de la nueva evangelización
María es la mujer de fe, que vive y camina en la fe, y su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia. Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad. Nosotros hoy fijamos en ella la mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación, y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores.
Santa María de Guadalupe vino a iluminar nuestro Cielo. Como la mujer del Apocalipsis, vestida de Sol y Coronada de Estrellas, se convierte para todos nosotros en un faro y en una guía segura hacia el encuentro gozoso con Jesús.
Modelo para la Iglesia
La constante dinámica de justicia y de ternura que encontramos en María, esa actitud de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización.
Le rogamos que, con su oración maternal, nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: “Yo hago nuevas todas las cosas”.
Oración
Virgen y Madre María, tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno, ayúdanos a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista, haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo, cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable y recibiste el alegre consuelo de la resurrección, recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, madre del amor, esposa de las bodas eternas, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella nunca se encierre ni se detenga en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
El tema que abordaron nuestros Obispos durante esta Asamblea giró en torno a la “Nueva Evangelización para la Transmisión de la fe cristiana”.
El Sumo Pontífice, dándole su toque personal, ha convertido esta temática en una invitación gozosa para todos los que, siendo cristianos, tenemos el compromiso de compartir la Palabra de Dios a todo el mundo.
Cinco capítulos la Integran:
1. La transformación misionera de la Iglesia.
2. En la crisis del compromiso comunitario.
3. El anuncio del Evangelio.
4. La dimensión social de la evangelización.
5. Evangelizadores con espíritu.
El día de hoy, honrando la Memoria de Nuestra Señora de Guadalupe, nos detendremos sólo en el segundo apartado del capítulo número cinco, titulado “María, la madre de la evangelización”.
Pentecostés
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que María estuvo presente cuando el Señor envió a su Espíritu Santo. Así se hizo posible aquella “explosión misionera”.
María es la Madre de la Iglesia evangelizadora, y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización.
Cuando la Guadalupana visitó nuestra Nación, hizo posible una nueva pedagogía evangelizadora. Su imagen bendita denota, de mil maneras, esta “síntesis cultural” entre dos razas totalmente distintas, aunque cada vez más emparentadas y complementarias. El ayate de San Juan Diego resultó tan emotivo y catequético, que nuestros primeros evangelizadores encontraron en él un “nuevo impulso del Espíritu”.
María estuvo presente en Pentecostés. Pues bien, María también se hizo presente en nuestra tierra, en este “despertar de fe”, en esta “explosión” comprometida con la misión.
El regalo de Jesús a su pueblo
Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino.
Cuando nuestra Señora de Guadalupe llegó a nuestra tierra, se identificó como la “Santísima Virgen María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive”. Como vemos, ella proclamó la Vida, y en medio de una cultura que pudiera catalogarse “violenta”, su mensaje sonó pacificador y vivificante.
Su Hijo estaba por morir, pero en aquella hora dramática, Él pudo constatar a sus pies la presencia consoladora de su Madre y del amigo. Así también entre nosotros, como Madre y compañera, nos trae un mensaje gozoso. Vino para quedarse, y para ofrecernos consuelo en medio de la cultura de muerte que constantemente nos acecha.
En toda circunstancia
María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas.
Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia.
Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.
A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica.
Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida.
Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: “No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?
Estrella de la nueva evangelización
María es la mujer de fe, que vive y camina en la fe, y su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia. Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad. Nosotros hoy fijamos en ella la mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación, y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores.
Santa María de Guadalupe vino a iluminar nuestro Cielo. Como la mujer del Apocalipsis, vestida de Sol y Coronada de Estrellas, se convierte para todos nosotros en un faro y en una guía segura hacia el encuentro gozoso con Jesús.
Modelo para la Iglesia
La constante dinámica de justicia y de ternura que encontramos en María, esa actitud de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización.
Le rogamos que, con su oración maternal, nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: “Yo hago nuevas todas las cosas”.
Oración
Virgen y Madre María, tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno, ayúdanos a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista, haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo, cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable y recibiste el alegre consuelo de la resurrección, recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, madre del amor, esposa de las bodas eternas, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella nunca se encierre ni se detenga en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
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