Celebramos el Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, y la liturgia nos presenta para la reflexión de este día un trocito del Evangelio de San Juan, Capítulo 2: Las Bodas de Caná.
En esta perícopa resalta la figura de Jesús, asistiendo como invitado a una celebración nupcial con sus discípulos, pero sin ninguna intención de realizar obras prodigiosas. ¿La razón? Todavía no ha llegado su hora...
Por otro lado encontramos a María, servicial, solícita, y muy atenta a las necesidades de los anfitriones: Se les ha acabado el vino...
Entonces, nuestra Señora "apura" a su Hijo, para que obre en favor de los esposos, ya que si no los atiende están a punto de pasar "el oso de su vida"...
El vino es signo de alegría, de gozo, de aprender a compartir. San Juan anota que todos comienzan dando el mejor vino, y cuando ya han bebido suficiente los convidados, viene el corriente, sólo para "continuar" el ambiente y no entorpecer a los embrutecidos en su afán de escanciar una copa tras otra...
Jesús intenta "zafarse" de aquel "embrollo", y dice a su Madre: "Mujer, ¿Qué podemos hacer?"
Pero María, "ignorando" las "quejas" de su Hijo, dijo a los sirvientes: ¡Hagan lo que Él les diga!
Hermosísimas palabras que ganaron la primera señal milagrosa del Señor... con ella, sus discípulos conocieron su gloria y creyeron en Él...
Hoy, María nos sigue diciendo, apurando a su Hijo para "resolvernos la existencia": Hagan lo que Él les diga...
¡Qué de milagros veremos! ¡Con esta Abogada... nuestro juicio sí que está ganado!
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