Había una vez, en un lejano país, un hombre bastante anciano, heredero de una gran fortuna y de un prestigiado acervo de obras de arte, entre las que destacaban algunas pinturas de los más famosos artistas y otras que no aparentaban sino ser meras obras de afición.
Aquel venerable anciano, previendo su pronto deceso, quiso dejar todo en orden, y en claro testamento precisó cómo debían distribuirse todas sus posesiones.
El hombre finalmente murió y, atendiendo a su voluntad, se hizo una subasta donde se venderían sus pinturas.
Muchas personas, hombres y mujeres, ricos y amateurs, acudieron pultualmente a la subasta con la esperanza de poderse comprar alguna obra que valiera la pena, y es que aquella galería era, realmente, exquisita...
Llegó la hora, y el subastador aclaró, antes que nada, que todo debía hacerse según lo que el antiguo poseedor de aquellas obras había dictado en su testamento... que existían reglas muy precisas... y que él no se permitiría cambiar la voluntad de tan honorable benefactor ya que, del dinero obtenido, se entregaría todo a una institución de beneficencia...
Todos estuvieron de acuerdo y, mucho más que ansiosos, contemplaron la primera obra a subastar. Se trataba de un retrato. Un cuadro de unos 20 x 40 centímetros. Realmente "mal pintado" y con muy poco arte... Era el retrato del hijo del benefactor.
- ¿Cuánto dan por el hijo?
Preguntaba el subastador... pero la asamblea estaba impaciente... un "anónimo" contestó desde el fondo de la sala y con muy poca cortesía:
- Amigo, deja ese cuadro. Estamos interesados en los de los más famosos pintores.
Sin embargo, el subastador seguía gritando:
- ¿Cuánto dan por el hijo? ¿Quién se llevará al hijo?
Nadie ofrecía nada. Pero la multitud sí dejaba que se escucharan sus quejas y lamentos...
Después de un tiempo considerable, un hombre pobre se atrevió a gritar:
- Un dólar.
El subastador se emocionó, y tomó la oferta con seriedad.
- ¡Miren! Este señor nos ofrece por el hijo un dólar. ¿Alguien más quiere ofrecer una cantidad mayor?
Pero todos reían, y es que no es común escuchar este tipo de cantidades en las subastas.
Pero sin desanimarse, el subastador continuó:
- Un dólar a la una... un dólar a las dos...
De pronto, un hombre mal encarado, entre pucheros, alegó:
- ¡Por Dios! Ya, denle a ese pobre señor el cuadro, queremos los demás...
- ¡Un dólar a las tres! - dijo el subastador - Se cierra la oferta. El cuadro es suyo y, según lo que precisa este testamento, todos los demás cuadros también puede llevárselos...
Todos, al escuchar aquellas palabras, quedaron perplejos y sin terminar de asimilar lo que el subastador había dicho, uno preguntó:
- ¿Cómo? ¿Se acabó ya la subasta?
- Así es, señor - continuó el subastador - aquí hay órdenes precisas de que la galería será propiedad de aquel que se lleve al hijo...
* * * * * * * * * * * *
¿Recuerdas, amable lector, el precio con el que Judas se conformó por entregar a Jesús a los ancianos de su época?
Sí, treinta monedas de plata... un precio realmente bajo...
¡Así de miserable se tasó al Hijo de Dios!
Ahora, la situación no ha cambiado mucho. Nosotros seguimos ofreciendo una "bicoca" por lo sagrado.
Sin embargo, a Dios no le importa que por su Hijo se ofrezca apenas nada...
¡Llévate al Hijo, y con él tendrás todo!
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