Eran las dos de la tarde... y entre el ruido, el calor, el gentío
inquieto, y el vaivén del tren surcando los rieles de la Francia, un
joven se percató de un "pasajero especial": Allí, sin compañero de
asiento, miró a un anciano que sostenía en su mano izquierda un librito
de devociones y "desgranaba" un rosario en la derecha...
El joven, un tanto molesto, se sentó al lado del anciano, y le increpó:
- Señor, ¿Usted cree en eso?
Luego, en tono de "instructor", continuó:
- ¿Qué ganamos con rezarle a Dios, a María, a los santos? No pierda su
tiempo, amigo... sólo tenemos esta vida y hay que aprovecharla. No
malgaste su existencia leyendo tonterías... Si usted me lo permite,
quisiera sugerirle algunos cuantos libros que le ayuden a conocer mejor
el mundo y sus leyes. La ciencia, en verdad, es más certera que la fe, y
nos conviene usar más la razón que refugiarnos en los "misterios"...
El anciano contestó gentilmente:
- Muchas gracias, jovencito, aquí tiene mi tarjeta. Si usted gusta,
puedo recibirle en mi domicilio esos libros de los que me habla...
quizás ya habré leído alguno de ellos... ¿Sabe? También soy aficionado a
la ciencia...
Aquel joven, al recibir la tarjeta y al leer el nombre del anciano, lleno de vergüenza, le dijo:
- ¡Mil perdones! ¿De verdad es usted Louis Pasteur?
* * * * * * * * * *
Hemos iniciado un año más, y qué hermoso es hacerlo de la mano de María.
Ojalá que nunca nos olvidemos de nutrir nuestra fe... aún cuando nuestra ciencia esté "satisfecha"...
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