El término “epifanía” (compuesto
griego de las palabras “epi – faneia”) significa “manifestación”, “darse a conocer”.
Es una palabra que cuenta con
un sentido más bien extenso, se refiere a toda revelación de lo sagrado (o de
la divinidad) al género humano.
La Epifanía es una de las
fiestas litúrgicas más antiguas, incluso más aun que la Navidad. Nacida en la
Iglesia Oriental, parece que en Egipto y en Arabia ya se celebraba durante el
solsticio de invierno (el 21 de diciembre), en el año 361.
Es
cierto que Jesús “se dio a
conocer” a diferentes personas y en diversos momentos, comenzando por la
manifestación que hace a los pastores, humildes y sencillos, quienes
después de haber recibido esta "faneia", lo manifiestan, compartiendo a los demás "todo lo que se les había dicho de ese Niño" (Ver Lc 2, 20).
Sin embargo, el mundo cristiano
celebra como “epifanías” tres eventos:
1. La Epifanía de Jesús ante
el mundo entero, plasmado en el pasaje de los Magos (Ver Mt 2, 1 – 12).
2. La Epifanía de Jesús ante
el Bautista, en el río Jordán (Ver Mt 3, 13 – 17; Mc 1, 9 – 11; Lc 3, 21 – 22;
Jn 1, 29 – 34).
3. La Epifanía de Jesús ante
sus discípulos, al inicio de su vida pública, en las bodas de Caná (Jn 2, 1 –
12).
Poco a poco se fue colocando a
estas festividades en fechas aproximadas. Uno de los testimonios más antiguos
con los que contamos es el de un autor sirio desconocido.
Textualmente anota:
“El Señor nació en el mes de enero, en
el mismo día en el que celebramos la Epifanía; pues las fiestas de la Natividad
y de la Epifanía se celebraban en un mismo día, porque en el mismo día Él nació
y fue bautizado. La razón por la cual nuestros padres cambiaron la solemnidad
celebrada el 6 de enero, y la transfirieron al 25 de diciembre se presenta a
continuación: Era costumbre de los paganos celebrar el nacimiento del Sol (“Sol
invictus” = “Sol triunfante”) en este mismo día, el 25 de diciembre, y en ese
día ellos encendían luces para la fiesta. En estas solemnidades y festividades
también participaban los Cristianos. Por lo tanto cuando los maestros
observaron que los Cristianos se inclinaban a celebrar este festival, se
reunieron en consejo y decidieron que se celebrara en esta fecha la verdadera
fiesta del nacimiento y el 6 de enero la fiesta de las Epifanías. Por lo tanto,
simultáneamente, con este nombramiento prevaleció la costumbre de encender
luces hasta el sexto día”.
Sin embargo, una razón
convincente para la fijación de una fecha especial es imposible de descubrir.
La única que parece probable es la que ofrece Mons. Louis Duchesne (fallecido
en Roma en 1922), quien explica simultáneamente la celebración del 6 de enero y
del 25 de diciembre por un reconocimiento hacia atrás del 6 de abril
(conmemoración de la Pascua) y del 25 de marzo (Solemnidad de la Anunciación)
respectivamente. Pero esto no es exacto, ya que la Pascua no cae siempre en la misma fecha, pues se trata de una celebración de "calendario lunar", no "solar"...
Actualmente, se ha fijado como
“Epifanía” la celebración del 6 de enero (o del domingo más cercano a esta
fecha), recordando la manifestación de Jesús al mundo entero, plasmado en el
evento de los Magos. El Calendario Litúrgico conmemora el Bautismo de Jesús
(“epifanía ante el Bautista”) al domingo siguiente. La “Epifanía de Jesús ante
sus discípulos” (las bodas de Caná) ya no se conmemora en una fecha especial, aunque suele leerse este Evangelio al domingo posterior al Bautismo de Jesús, Solemnidad con la que se cierra el tiempo de la Navidad.
LA ROSCA DE REYES
Todos solemos acompañar nuestras celebraciones con un "pan". Hay un pan especial (o cualquiera de sus derivados) para toda ocasión: Cumpleaños, Aniversarios, Día de Muertos, Capirotadas para la Cuaresma, Empanadas en la Semana Santa, etc. El pan es "cotidiano", es "simple", incluso, nosotros rogamos a Dios en el Padre Nuestro que "nos dé el pan de cada día".
El pan de "Reyes" es una Rosca: En forma circular (quizás semejando una corona real) u ovalada, seca o rellena, sencilla o adornada con azúcar y / o frutas cristalizadas...
La "novedad" de este pan es que trae escondidos uno o más "monitos", de plástico resistente al calor, resina, cerámica u otro material apropiado, simulando al Niño Jesús. El sentido original de este "escondite" se debe a lo que el Evangelio según San Mateo nos presenta en su capítulo 2, versos 13 al 19: La huída a Egipto.
En México, lo más común al "encontrar al Niño" es "comprometerse" a dar una fiesta el día 2 de febrero, festividad de Nuestra Señora de la Candelaria, y compartir tamales y atole a los convidados. Sin embargo, en los centros comerciales, establecimientos o municipios locales, encontrar al Niño es ganarse un premio o hacerse acreedor de algún regalo... Como vemos, encontrar o no al Niño tiene una especial significación: Sentir "descanso" por "evitar dar una fiesta", o sentir "alegría" por "ser un afortunado ganador".
LOS TRES SANTOS REYES MAGOS: MELCHOR, GASPAR Y BALTASAR
Todos hemos escuchado hablar
de ellos… sin embargo, pocos saben que llamarlos así es algo arriesgado. Según
los datos presentados en la Sagrada Escritura, de ellos ni se especifica
número, ni santidad, ni realeza, ni oficio, ni conocemos sus nombres… El Evangelio
de San Mateo es la única fuente bíblica con la que contamos para justificar
esta celebración: Los doce primeros versículos de su segundo capítulo nos
narran el evento.
¿Fueron tres?
Si bien en la Biblia se
explica que fueron tres los regalos otorgados al Niño Jesús (oro, incienso y
mirra), la primera referencia concreta respecto al número la da Orígenes, un
conocido escritor de la Iglesia del siglo IV. En el siglo V, el Papa León I
(apodado “Magno” = “El Grande”) estableció oficialmente su número en tres para
toda la cristiandad.
¿Fueron santos?
Aunque ahora les vemos y
honramos en los altares, la Iglesia no ha hecho formalmente una canonización (ceremonia de entronización como
reconocimiento de su santidad) de ninguno de ellos. Al tener tan pocos datos
bíblicos de los mismos, no se pueden considerar explícitamente sus virtudes, ni
presentarlas como ejemplo e imitación para los fieles.
¿Fueron reyes?
Es cierto, los regalos que
presentaron son dignos de reyes. Sin embargo, la Biblia no nos dice nada más al
respecto. Las alusiones a sus países de origen, sus cabalgaduras, y sus rangos
de nobleza, fueron añadidas por la tradición posterior.
¿Fueron magos?
Al menos no como entendemos
nosotros hoy esta palabra. No fueron “prestidigitadores”, ni se dedicaban a
“predecir el futuro”, o a “adivinar el destino de los hombres”. Las
traducciones más actuales de la Biblia prefieren llamarlos “sabios”,
entendiendo con este término “conocedores de Astronomía”.
¿Y sus nombres?
A mediados del siglo VI, en un
mosaico de la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena (Italia), se les
asignaron los nombres de “Melchor”, “Gaspar” y “Baltasar”.
Según una leyenda, sus restos
reposan en la Catedral de Colonia, Alemania, donde se encuentra el llamado
“Relicario de los Tres Reyes Magos”. En nuestra Diócesis, el poblado de Cajititlán "explota" en festejos, fomentando la devoción a estos tres grandes taumaturgos (milagrosos).
Lejos de desanimarnos con
estos datos, nos alegramos con esta celebración. Nuestra fe cristiana católica
se nutre tanto de la Palabra de Dios como de la Tradición secular. El
“pretexto” de regalar presentes a los niños en esta fecha queda más que
justificado, si entendemos que el Regalo que Jesús ha venido a traernos con su
nacimiento es… ¡Para compartirse!
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