Estaba allí, desde hacía bastantes años... esperaba que su hijo regresara... pero nunca llegó...
Se casó como la gran mayoría de las muchachas de su pueblo, a muy temprana edad. Su esposo, un hombre gentil y romántico, le dio todo lo que una mujer casada podía soñar: Un lugar dónde vivir, una alacena llena de víveres, un hijo que continuaría su apellido... pero un día, sin saber realmente a causa de qué, él murió...
Su vida cambió pronto... se acabaron los víveres, la casa se sentía más fría y más vacía, y ella tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a su hijo...
Cuando el retoño cumplió diecisiete años simplemente "huyó"... No supo a dónde se fue, ni con quién... una tosca foto recordaba la prontitud de su partida y aumentaba la angustia de una mujer que "perdió" a su hijo en una tarde del mes de octubre...
Todos los días salía a su puerta, y miraba a los lados, esperando en vano que apareciera su hijo... De vez en cuando, preparaba la comida que a él tanto le gustaba, por si llegara hambriento y entre pláticas disfrutara de aquel plato hecho con todo su amor...
Y fueron pasando los años... y nunca llegó...
La anciana se quedó allí, deshecha por la duda, quemada por el Sol, y abrumada por la idea de su hijo y su ingratitud...
Se casó como la gran mayoría de las muchachas de su pueblo, a muy temprana edad. Su esposo, un hombre gentil y romántico, le dio todo lo que una mujer casada podía soñar: Un lugar dónde vivir, una alacena llena de víveres, un hijo que continuaría su apellido... pero un día, sin saber realmente a causa de qué, él murió...
Su vida cambió pronto... se acabaron los víveres, la casa se sentía más fría y más vacía, y ella tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a su hijo...
Cuando el retoño cumplió diecisiete años simplemente "huyó"... No supo a dónde se fue, ni con quién... una tosca foto recordaba la prontitud de su partida y aumentaba la angustia de una mujer que "perdió" a su hijo en una tarde del mes de octubre...
Todos los días salía a su puerta, y miraba a los lados, esperando en vano que apareciera su hijo... De vez en cuando, preparaba la comida que a él tanto le gustaba, por si llegara hambriento y entre pláticas disfrutara de aquel plato hecho con todo su amor...
Y fueron pasando los años... y nunca llegó...
La anciana se quedó allí, deshecha por la duda, quemada por el Sol, y abrumada por la idea de su hijo y su ingratitud...
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Una madre espera, simplemente porque es madre... y sólo Dios sabe por qué las madres son así: Perdonan todo, olvidan todo, soportan todo, toleran todo...
Y no siempre en los hijos encuentran una corresponsable actitud... muchos, ingratos, se olvidan pronto de lo que sus padres hicieron por ellos, y huyen de sus progenitores sin decirles siquiera cuánto aprecian la vida que les dieron y el futuro que les indicaron con su ejemplo y con toda su existencia donada...
Es de buenos seres humanos el ser agradecidos... ¡No se puede esperar menos de un cristiano!
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