Había una vez, en un lejano país, un
rey que trataba de vivir muy contento en su palacio, pero tenía un
pequeño problemita: Su hija. Nadie la podía hacer callar. Todo el día se
la pasaba hable y hable y hable... El rey, molesto por su actitud,
mandó publicar un edicto en todo su reino, invitando a los jóvenes a
intentar hacer callar a la princesa. Para motivarlos, les prometía dos
cosas: Primero, la oportunidad de casarse con ella. Segundo, la
oportunidad de heredar el reino. Sí que sonaba apetitosa la oferta, así
que muchos jóvenes intentaron, pero sin éxito, hacer callar a la
princesa. El rey, ahora no ya molesto por su hija, la "parlanchina",
sino por la cantidad de jóvenes que en palacio inútilmente intentaban
callar a la princesa, les impuso un castigo: "Si fallan en su intento, a
los jóvenes se les perforarán las orejas con un hierro candente". Como
era de esperarse, la cantidad de jóvenes se redujo, hasta que palacio
quedó prácticamente vacío.
Vivía
también en aquella región un pobre leñador, quien tenía tres hijos: El
mayor de ellos, era el más fuerte; el de enmedio, el más guapo, el de
mejor presencia; y el pequeño, el más inteligente. Quería mucho a sus
hijos, pero sabía también que la situación económica en casa estaba mal,
así que los invitó a probar suerte intentando hacer callar a la
princesa. Sólo les pidió un grandísimo favor: Si alguno de ellos lograba
callar a la princesa, se acordara de sus hermanos y los librara del
castigo impuesto. Pues bien, cada uno de sus hijos, con lo que supieran
hacer, deberían probar suerte. El mayor de ellos se puso a levantar
árboles, a tumbar bardas... ¡era lo que sabía hacer!; el de enmedio se
dedicó horas y horas delante del espejo, tratando de arreglar "la
facha"... quizás podría conquistar a la princesa; y el hermano menor se
dedicó a vivir su vida, a tratar de retomar lo que la vida le presentaba
para dar gloria a Dios.
Ya de camino, cada uno de los hermanos,
ensimismados, se preguntaban cómo hacer callar a la princesa, cuando de
pronto, el hermano menor se encontró tirado en el suelo un pajarito muerto.
Lo levantó y les dijo a sus hermanos: "Me he encontrado un pajarito
muerto". "¿Y para qué quieres un pajarito muerto?" - le preguntaron sus
hermanos -. "No lo sé, no tengo nada mejor que hacer, quizás después me
sirva". Abrió, entonces, su morral, y metió allí el pajarito muerto.
Siguieron caminando, y se encontró un pedazo de alambre oxidado.
Lo levantó y les dijo a sus hermanos: "Miren, me he encontrado un
pedazo de alambre oxidado". "¿Y para qué quieres eso? ¿Te has
convertido, acaso, en un pepenador?" Y contestó el hermano menor: "No,
pero no tengo nada mejor que hacer, quizás después me sirva". Abrió su
morral, y metió el pedazo de alambre oxidado.
Más tarde, se encontró un plato roto.
Lo levantó y exclamó: "Un plato roto". "¿Y para qué quieres un plato
roto?" - le preguntaron - . "No lo sé, no tengo nada mejor que hacer,
quizás después me sirva". Abrió su morral, y metió el plato roto.
Luego, allí, a la vera del camino, se encontró un animal despedazado por las fieras, donde quedaban sólo sus huesos. Recogió un cuerno
y les dijo a sus hermanos: "Miren, me he encontrado un cuerno". "¡Hasta
coleccionista de huesos nos resultó el hombre! ¿Para qué quieres un
cuerno?" "No lo sé - dijo - quizás después me sirva", abrió su morral y
metió el cuerno...
Como era de esperarse, allí estaba el otro cuerno. Lo levantó y... ¡Ya lo sabemos! Abrió su morral y metió el otro cuerno.
Finalmente, se encontró una trenza.
Sabrá Dios quién dejó por allí sus cabellos. La levantó y les dijo a
sus hermanos: "Me he encontrado una trenza". Sus hermanos, algo
desilusionados, le dijeron: "¿Y para qué quieres una trenza?" "No lo sé,
no tengo nada mejor que hacer, quizás después me sirva". Abrió su
morral, y metió la trenza.
Llegaron a palacio... vacío.
Solicitaron una audiencia con el rey... se las concedieron. En breves
palabras le expresaron al monarca que querían probar hacer callar a la
princesa. Él les dijo que estaba bien, pero que se acordaran de un
castigo que estaba reservado para quienes no lo consiguieran. Ellos
aprobaron el reto, y todo se dispuso para que los hermanos lo
intentaran.
Entró primero el hermano mayor, el más fuerte.
Haciendo alarde de su hombría, queriendo deslumbrarla, le dijo con la
voz más varonil que tenía: "Pues bien, princesa, yo vengo aquí para
hacerte callar". "¿Ah, sí? - le dijo la princesa - ¿Ya viste el hierro
que está allí, candente, en las brasas, para que aquel que no lo consiga
se le perforen sus orejas?" Entonces, el hermano mayor ya no supo qué
decir, ni qué hacer. Lo tomaron preso los guardias, y si ninguno de sus
hermanos lo conseguía, a los tres se les perforarían sus orejas.
Entró
entonces el hermano de enmedio, el más guapo. Queriendo conquistar a la
princesa, con la voz más melosa que tenía, le dijo: "Pues bien,
princesa, yo vengo aquí para hacerte callar". ¿Ah, sí? - le dijo la
princesa - ¿Ya viste el hierro que está allí, candente, en las brasas,
para que aquel que no lo consiga se le perforen sus orejas?" Entonces,
ya no supo qué decir, ni qué hacer. Lo tomaron preso los guardias, y si
su hermano menor no lo conseguía, a los tres se les perforarían sus
orejas.
Finalmente, entró el hermano menor, el más inteligente,
el que se dedicó a vivir su vida y a tratar de tomar lo que ella le
presentaba. Con toda naturalidad le dijo a la princesa: "Pues bien,
princesa, yo vengo aquí para hacerte callar". ¿Ah, sí? - le dijo la
princesa - ¿Ya viste el hierro que está allí, candente, en las
brasas...?" Y no la dejó terminar. Le dijo: "¡Qué bien! Así podré asar
el pajarito muerto que aquí traigo". La princesa no entendía la
intervención del hermano menor, pero siguió la plática: "¿Pero cómo vas a
asar un pajarito aquí? Te vas a quemar tus manos" "No, princesa - dijo
el hermano menor - , para eso traigo este pedazo de alambre, está
oxidado, pero me ayudará a cocinar el pajarito a distancia, sin
herirme". "¡Pero vas a hacer un tiradero! ¡Vas a dejar en palacio un
atascadero!" "No, princesa - continuó - , para eso traigo este plato
roto, contendrá la grasa evitando cualquier suciedad". "¡Veo que tus
palabras son "agudas"!" "No, princesa, más agudo es este cuerno" "Nunca
he visto cosa igual" "Yo sí, traigo aquí el par" "¿Qué? ¿Has venido
hasta aquí para tomarme el pelo?" Y concluyó: "Princesa, ¿para qué voy a
tomarte el pelo, si yo ya traigo aquí una trenza?"
La princesa
se quedó muda de coraje. El hermano menor lo había conseguido. Y cuando
tuvo la oportunidad de casarse con la princesa y heredar el reino,
recordó las palabras de su anciano padre, y lo primero que hizo fue
evitar que sus hermanos sufrieran aquel castigo...
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Muchas
veces se nos presentan por la vida muchas y variadas cosas, y la gran
mayoría de ellas nos parecen "basura"... Tengamos por cierto que, lo que
ahora aparentemente no nos sirve, nos servirá sin duda, después.
Mucha
gente vive sin ilusiones, triste, deprimida, porque les falta una
sonrisa, un apretón de manos, una palmadita en la espalda que los motive
a vivir... ¡Evangelización!
Que Dios, nuestro Señor, nos conceda
poder, con todo el bagaje de conocimientos y experiencias que nos va
brindando la vida, heredar el reino. Así, que podamos también liberar a
nuestros hermanos de cualquier atadura que los mantenga tristes,
porque... ¡Hemos conseguido nuestro meta!