Cuentan que el matemático, físico, filósofo y teólogo francés Blas
Pascal quedó de verse con un amigo en la cima de una montaña...
Llegó muy puntual, según la hora acordada, pero su amigo "brillaba por su ausencia".
Minuto tras minuto estuvo allí, hasta que comenzó a desesperarse, porque su amigo no pasaba por ser un hombre irresponsable e impuntual. Temiendo algún percance, se aferró a su cabalgadura, y continuó esperando.
Después de tiempo considerable, llegó su amigo, todo polvoriento, sudando, respirando muy apresuradamente y con la ropa deshecha... Entonces, le dijo a Pascal:
"Amigo... ¡No sabes el milagro tan grande que Dios acaba de realizar conmigo! Venía yo, puntualmente, a nuestra cita, subiendo esta montaña, cuando de pronto mi caballo, el mismo que ahora ves, tropezó en un rescoldo del camino y poco faltó para que ambos cayéramos al precipicio... Por gracia divina pude aferrarme a una raíz, y con mucho esfuerzo logré salvarme y salvar a mi animal".
Pascal quedó un breve momento en silencio, y con voz muy queda, evidenciando sus pensamientos, dijo:
"¡Y qué milagro más grande me hizo Dios a mí... ni siquiera me caí del caballo!"
Llegó muy puntual, según la hora acordada, pero su amigo "brillaba por su ausencia".
Minuto tras minuto estuvo allí, hasta que comenzó a desesperarse, porque su amigo no pasaba por ser un hombre irresponsable e impuntual. Temiendo algún percance, se aferró a su cabalgadura, y continuó esperando.
Después de tiempo considerable, llegó su amigo, todo polvoriento, sudando, respirando muy apresuradamente y con la ropa deshecha... Entonces, le dijo a Pascal:
"Amigo... ¡No sabes el milagro tan grande que Dios acaba de realizar conmigo! Venía yo, puntualmente, a nuestra cita, subiendo esta montaña, cuando de pronto mi caballo, el mismo que ahora ves, tropezó en un rescoldo del camino y poco faltó para que ambos cayéramos al precipicio... Por gracia divina pude aferrarme a una raíz, y con mucho esfuerzo logré salvarme y salvar a mi animal".
Pascal quedó un breve momento en silencio, y con voz muy queda, evidenciando sus pensamientos, dijo:
"¡Y qué milagro más grande me hizo Dios a mí... ni siquiera me caí del caballo!"
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Los milagros son obras de poder con las que Dios nos socorre constantemente. Estos actos cumplen un doble fin: Provocar la admiración y avivar la fe.
Siempre esperamos que los milagros sean portentosos, extravagantes, poco comúnes... y por tal motivo "nos perdemos" la oportunidad de presenciarlos más a menudo.
Cuando Jesús hacía sus milagros, no todos los hombres comprendían el poder y la mano de Dios, allí, presente entre ellos, y actuando a su favor... Es cierto, algunos se maravillaban, glorificaban a Dios y creían en Él... pero otros, indignados, se ponían de acuerdo para acusarlo y llevarlo a suplicio.
Dios sigue haciendo milagros, sólo que no siempre nos damos cuenta de ello:
- ¿No es un milagro, acaso, tener vida, salud, un lugar donde descansar, familia, amigos... trabajo?
- ¿No es un milagro poder ver, andar, o reír?
- ¿No es un milagro tener a alguien que nos lea, nos escuche, nos ame y nos ayude a vivir?
Quien en estas cosas no ve una acción de poder, dificultosamente podrá admirarse y creer en Dios... que sigue actuando...
Un mismo evento podrá hacer que un creyente se admire y glorifique a Dios, pero para el que no tiene fe... cualquier respuesta, por simple que sea, le parecerá adecuada para resolver sus interrogantes cotidianas...
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