En cierta ocasión, una mujer piadosa, por esa debilidad humana que tan
necesario es luchar por contenerla, cayó en una falta de la cual estaba
muy arrepentida, y quería "librarse" de esa carga tan insoportable
sabiéndose "en pecado".
Acudió pronto al lugar reservado en su parroquia para confesarse, y una vez llegado su turno, de rodillas, dijo al sacerdote su culpa: "Padre, he levantado un falso testimonio contra una de mis amigas..."
El buen párroco, sabiendo de la gravedad del asunto, pidió a esta noble mujer que le llevara una almohada de plumas... sólo entonces podría darle la absolución. Ella, no entendió al principio por qué el Señor Cura le hacía esta petición, pero obediente se dirigió a su casa y volvió con el "requisito".
El Sacerdote le pidió que lo acompañara hasta el campanario del Templo. Una vez arriba, sacó una pequeña navaja afilada y, con cierta dureza, abrió la almohada de plumas, y la sacudió con fuerza para que las plumas se esparcieran libres con el viento...
Luego, se dirigió a la señora y le pidió: "Ahora, hija, recoje todas las plumas, las metes en esta funda, cierras la almohada y me la traes de regreso..."
"¡Padre!" - dijo la señora - "¡Lo que me pide es imposible!"
"Pues así de imposible es recoger la buena fama de aquellos que con nuestras palabras herimos, haciéndosela perdediza... Lastimamos, dañamos, provocamos malos entendidos... hacemos, en una palabra, Chisme... y éste se riega, se esparce libre con el viento..."
La mujer, comprendiendo la seriedad de su culpa, pidió perdón... y llevándose el compromiso de, en la medida de lo posible, componer su error, recibió la absolución...
Acudió pronto al lugar reservado en su parroquia para confesarse, y una vez llegado su turno, de rodillas, dijo al sacerdote su culpa: "Padre, he levantado un falso testimonio contra una de mis amigas..."
El buen párroco, sabiendo de la gravedad del asunto, pidió a esta noble mujer que le llevara una almohada de plumas... sólo entonces podría darle la absolución. Ella, no entendió al principio por qué el Señor Cura le hacía esta petición, pero obediente se dirigió a su casa y volvió con el "requisito".
El Sacerdote le pidió que lo acompañara hasta el campanario del Templo. Una vez arriba, sacó una pequeña navaja afilada y, con cierta dureza, abrió la almohada de plumas, y la sacudió con fuerza para que las plumas se esparcieran libres con el viento...
Luego, se dirigió a la señora y le pidió: "Ahora, hija, recoje todas las plumas, las metes en esta funda, cierras la almohada y me la traes de regreso..."
"¡Padre!" - dijo la señora - "¡Lo que me pide es imposible!"
"Pues así de imposible es recoger la buena fama de aquellos que con nuestras palabras herimos, haciéndosela perdediza... Lastimamos, dañamos, provocamos malos entendidos... hacemos, en una palabra, Chisme... y éste se riega, se esparce libre con el viento..."
La mujer, comprendiendo la seriedad de su culpa, pidió perdón... y llevándose el compromiso de, en la medida de lo posible, componer su error, recibió la absolución...
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Dice el Apóstol Santiago en su carta: "Hijos míos, lo mismo pasa con la lengua: siendo un miembro tan pequeño, es capaz de grandes cosas... es fuego, es un mundo de maldad; se establece en medio de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, atizada por los poderes del fuego eterno, hace arder el curso entero de la existencia..." (Sant 3, 4 - 7)
¡Y cómo nos encanta hablar! ¡Con qué facilidad nos prestamos para regar chismes, sin importar demasiado si lo que sale de nuestra boca es verdad!
"Si alguno no cae en falta al hablar, ése es varón perfecto, capaz de controlarse a sí mismo..." (Sant 3, 3) Este es, para nosotros también hoy, un gran reto...
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